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12 Sep 2022

La voz de la experiencia

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Para la profesora Érika Carreño este 31 de agosto será, como todos los años, una fecha especial: se conmemora el Día Internacional de la Matrona. Pero también será su despedida de la docencia; “cierro mi ciclo”, dice, preparándose para seguir contribuyendo a paliar las desigualdades desde un ámbito más social. “Hay mucha vulnerabilidad cerca, no se puede estar pasivo”, sentencia.

Se queda con la palabra gracias. Después de 46 años dedicados a la asistencia y a la docencia en su profesión, siempre como parte de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, la profesora Érika Carreño mira hacia atrás con serenidad y gratitud. Con aplomo y con una sonrisa recuerda las enseñanzas que encontró entre sus estudiantes, con sus pacientes, con sus colegas del país y del continente, y que partieron en el Hospital de Peumo en 1976.

“Mientras estudiaba en la sede Oriente me gustó tanto el trabajo rural que en cuanto egresé me fui para la VI Región, donde estuve cuatro años. Fue una experiencia maravillosa, salíamos a visitar postas rurales en épocas con muy poca conexión, en el hospital teníamos un teléfono que funcionaba con manivela y, pese a las dificultades, lográbamos trasladar casos de urgencia durante las noches a Rancagua. Vivía dentro del mismo hospital junto a una enfermera y una nutricionista, en el sector de pensionado, porque había una casa para que se alojaran los médicos, pero no para los otros profesionales del equipo de salud.  Fue una experiencia intensa, porque como estábamos ahí nos despertaban de noche, recuerdo que dejábamos la llave puesta por fuera para que si había alguna urgencia pudieran abrir y despertarnos para salir a atender. Era un compromiso 24/7, y eso que durante un año estuve sola como matrona; pero fue muy lindo, con mucho trabajo en equipo”.

De hecho, cuenta que en esa época “había muy poca comunicación entre las zonas rurales y las urbanas, Peumo era un pueblo con 15 mil habitantes; la gente nos recibía con mucho cariño, nos esperaban con almuerzo, y partíamos en la ambulancia junto con un médico, un dentista, una enfermera y un tecnólogo médico, además del chofer que era uno más de nosotros. Ahí aprendí que no necesitábamos grandes avances científicos para hacer nuestro trabajo: los pacientes querían que los escucháramos, una consulta se me transformaba en toda una catarsis, me contaban lo que pasaba con los hijos y la familia. Eso me movió; tanto es así que con el apoyo de la Cruz Roja, de Bomberos, de Carabineros y de algunos dueños de fundo, logramos formar el Hogar de la Madre Campesina, para dar alojamiento durante algunos días antes del parto a mujeres que estaban por tener a sus hijos pero que vivían en zonas muy alejadas y que no se podían arriesgar a tener que viajar a caballo por cuatro horas para llegar al  hospital y menos si era de noche. Fue una etapa muy linda en la que estuve por cuatro años y de la cual me vine a Santiago con mucha pena por lo que dejé atrás, pero interesada en seguir perfeccionándome”.

El regreso a las aulas

Ya en el Hospital del Salvador trabajó desde 1980 hasta 1994; “en Peumo recibí estudiantes internas de la Universidad de Chile, ese fue mi primer acercamiento a la docencia; de vuelta acá también estuve a cargo de internas porque terminé siendo matrona jefe de turno. Además, en el hospital me pidieron que hiciera clases de la parte materno infantil al personal de servicio que tenía la opción de, con un curso que se hacía internamente, pasar a ser auxiliares de enfermería”.

Luego del nacimiento de su cuarto hijo decidió dedicarse al ejercicio privado  de la matronería, en lo que trabajó hasta el 2002, cuando cursó un diploma en Atención Primaria junto a colegas de Argentina, Perú  y Bolivia en nuestra facultad. Al terminarlo, la directora de la Escuela de Obstetricia, profesora Hilda Bonilla, “con quien yo me había formado, me ofreció reintegrarme a la escuela. Y yo acepté feliz y muy orgullosa, porque justo estaba pensando en que la labor privada ya no me llenaba, que había que hacer algo más, y sentía también que tenía harta experiencia como docente, que había sido mi camino inicial”.

Así fue como la profesora Érika Carreño arribó en el 2002, y “mi primer trabajo de gestión docente fue coordinar un cuarto nivel. Por ello me acerqué mucho más a los estudiantes, pero además me reencontré con el equipo de maternidad del Hospital del Salvador, que se había trasladado al Hospital Luis Tisné.  Fue muy linda esta vuelta como docente al grupo donde recibí mi primera formación y hacer docencia práctica y clínica en el área de partos, con una muy buena relación con los alumnos”.

Paralelamente cursó los diplomas en Educación en Ciencias de la Salud y en Bioética, “y el 2009 quedé a cargo de todo el proceso de Innovación Curricular como coordinadora de Pregrado. Debí plantearme desde otro punto de vista, integrando la comisión de docencia, a cargo de un plan de estudios donde yo no había estado tan involucrada. Fue mucho estudio y una experiencia interesante en términos de aprendizaje, de mirar la docencia desde la formación en competencias y trabajando con otras carreras que implementaron esta innovación después de Kinesiología y de nosotros, que fuimos los que partimos, a las que compartimos lo aprendido, errores y aciertos”.

Luego, junto al equipo de la escuela debió enfrentar durante el 2011 el segundo proceso de acreditación, por el cual obtuvieron la máxima calificación de siete años, “con la dificultad añadida de tener dos cohortes con currículum distintos: el innovado por competencias y el antiguo.  Además, tuvimos que hacer un ajuste curricular el 2015, entonces también la siguiente acreditación también nos encontró con dos cohortes paralelas. Y lo que aprendí fue que siempre hay que trabajar con los estudiantes, porque nos aportaron mucha información para tener una visión bien clara de cuáles eran los cambios que había que hacer a este plan del 2009”.

La mirada ética

Los conocimientos adquiridos la llevaron a ser elegida como directora de la Escuela de Obstetricia y Puericultura el 2014, “cuando se produjo el proceso en que nació el Departamento de Promoción de la Salud de la Mujer y el Recién Nacido, y ahí me mantuve hasta julio de este año. También me invitaron a formar parte del Comité de Consejería Ética, junto en ese entonces al  profesor Manuel Guerrero y a los doctores Pedro Herskovic,  Sergio Valenzuela y demás integrantes. Ese fue un espacio que me ha encantado, de análisis de los casos que llegaban, con mucha conversación y reflexión, donde hacíamos consejería para asesorar al decano e  ir mostrando el camino para ir mejorando la interacción, la comunicación y las relaciones humanas dentro de la facultad y en todos los estamentos; cómo vivir desde los principios y valores. Es algo que voy a extrañar y mucho”.

El inicio de la pandemia por Covid-19 en marzo de 2020 supuso otro remezón en su gestión, “con nuevos aprendizajes y la necesidad de actualizarnos en las metodologías docentes a distancia. Pero también me invitaron a ser parte del Comité de Integridad Académica que nació en el mismo período, abriendo este espacio de reflexión con todos los estamentos, que me ha permitido tener  la mirada de cómo resaltar y resguardar los valores académicos y universitarios que uno teme que se puedan perder frente al exitismo que se visualiza en nuestra sociedad actualmente.

En suma, dice la profesora Carreño, “ha sido un trabajo de mucha reflexión, años de mucho aprendizaje y de mucho apoyo tanto de colegas como de estudiantes. Pero siento que en estos 46 años que llevo me debo mucho tiempo a mí y a mi familia, a mis nietos.  Uno vive a un ritmo distinto y eso lo estoy experimentando ahora, porque dejé las funciones el 29 de julio.  Tengo claro que vuelvo a mí y a mi familia”.

¿De dónde recogió los insumos para formarse tanto en la ética clínica como en la docente, más allá del diploma que cursó?

Creo que del mismo trabajo, de la experiencia. En la labor de equipo que tuve en provincia y que nos apoyábamos en todo, hasta para cambiar una rueda de la ambulancia. En el cariño que recibíamos de la comunidad; con ellos, más que conocimiento, lo importante era cómo nos comunicábamos. Uno va dejando pequeñas cosas en el ejercicio de la profesión y me ha tocado reencontrarme con mamás a las que atendí en ceremonias de investidura de matronas con sus hijas.  Con los estudiantes me pasó lo mismo: el recibirlos siempre, o ser tutora de tesis, conversar con ellos más allá de lo académico, conocer sus historias, eso me fue motivando para ver de qué forma uno tiene que relevar otros aspectos que influyen en su aprendizaje, cómo se potencia su rendimiento de acuerdo a la forma en cómo uno se relaciona.

¿Cuál ha sido la mayor dificultad o desafío que debió enfrentar en estos años a cargo de la dirección de escuela?

Los grandes desafíos son los momentos de paralizaciones largas, donde nos desgastamos todos: estudiantes, equipos, la dirección… todos pidiendo explicaciones y orientaciones respecto de qué haríamos, cómo saldríamos, cómo tolerar esa frustración que produce no poder avanzar en el semestre y terminar el año en marzo; tener que enfrentarse a asambleas estudiantiles que han sido muy difíciles. Pero el recuento final siempre es un aprendizaje; el 2011 hubo una toma de la facultad y justo teníamos un congreso internacional de alumnos, y gracias a que dialogamos con el Consejo de Estudiantes de la Salud pudimos hacerlo… todo depende del diálogo y eso potencia mucho mi trabajo en el área de la bioética.

¿Y en cuanto al trabajo realizado como Centro Colaborador de la OMS para el desarrollo de la Partería en América Latina y países del Caribe?

Mi experiencia en ese ámbito partió con la formación de las enfermeras de Bolivia, para vincular su carrera con la partería. El 2008 fui a Tarija a  supervisar prácticas y hasta hoy estoy relacionada con esas colegas, que nos dieron un enorme cariño y gratitud, lo que fue un aprendizaje fuerte. El 2015 me tocó trabajar en El Salvador, hasta el año 2018,  junto a la profesora Mónica Espinoza,  mostrando nuestra innovación curricular en formación por competencias, y luego viajaron otros grupos de docentes, como una experiencia que se abrió para la internacionalización de su experiencia académica. Por último, la profesora Lorena Binfa –ex directora de escuela y de departamento- me invitó a  ser parte de la tutoría de la nueva Escuela de Obstetricia de la Universidad de Aysén, con otro proceso distinto: ahí aprendí de una colega joven, que llevaba seis años de titulada y que le tocó ser la primera directora; el año pasado ya sacaron a sus primeros egresados, con mucho orgullo. Admiré de ella su enorme valentía para asumir este desafío, sin dejar nunca de tener la convicción de que era lo que tenía que hacer; yo la apoyé sólo desde la experiencia, de mis errores y mis aciertos.

¿Con qué se queda después de estos 46 años de profesión?

Me quedo con puras experiencias lindas, con la palabra gracias. La palabra es gracias por el apoyo, a mis hijos, a mis colegas, al estudiantado, por lo aprendido, yo soy parte de la Universidad de Chile. Cierro mi ciclo de matrona, sí espero trabajar en un ámbito más social en mi comuna, con adultos mayores o niños, porque tengo la experiencia como voluntaria de las fundaciones Regazo y  Anónimos por la Vida. Ahí hay mucho que hacer. Hay mucha vulnerabilidad cerca, no se puede estar pasivo

Cecilia Valenzuela León

Viernes 19 de agosto de 2022

Nota original en http://www.medicina.uchile.cl/noticias/189326/la-voz-de-la-experiencia